Existen muy pocos registros de la vida de las jóvenes en las primeras épocas de la historia estadounidense. Los muestrarios de bordado y los cuadros bordados son excepcionales manifestaciones materiales de su experiencia cotidiana. A través de los movimientos repetitivos de la costura, las creadoras de estas obras de arte encarnaban activamente los valores de la diligencia y la paciencia, puntada tras puntada.

 

Si bien estos objetos se crearon, en parte, como prueba de la diligencia, la destreza y el buen gusto de las niñas, también funcionan ahora como guardianes de la memoria. Estos bordados salvan las distancias entre la historia y el presente por medio de impresionantes colores, texturas y patrones, así como de fechas y nombres registrados, que en este caso incluyen a Hannah Carter, Ruthy Rogers, Rebecca Carter y Hannah Staples. Como expresión de una identidad y un buen gusto compartidos, las bordadoras y sus maestras crearon composiciones que eran variaciones de temas comunes, lo que puede apreciarse en la reiteración de las casas, las colinas onduladas, las figuras elegantemente vestidas y la abundancia de plantas y animales. Estas ejemplares en particular fueron creados todos en Nueva Inglaterra en el siglo XVIII o principios del siglo XIX.